Salón de los Espejos

Hall of Mirrors

Galería de Arte San Ramón: Santo Domingo, Rep. Dom. 2016

La fotografía en el laberinto

No sé cuál es la cara que me mira cuando miro la cara del espejo…
Jorge Luis Borges.

Fragmento del poema “Un ciego”
El estanque retrata a Narciso y la pintura representa tanto el estanque como la historia de Narciso.
Filóstrato. “Cuadros”

¿Qué quiere decir Filóstrato con esta frase? Toda la “historia” de Narciso está contenida en su reflejo. Toda su vida, presente, pasado y futuro, se ha detenido en el agua del estanque. Todo lo que hay de eternidad en esa pausa está representado en la imagen.

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El espejo retrata a la fotógrafa y la fotografía representa tanto el espejo como la historia de la fotógrafa. Y la fotografía representa a la fotografía. Así se relaciona la imagen con el mito. En la serie Salón de espejos la fotografía se refiere a la memoria de la fotógrafa, como imagen, y la fotógrafa se refiere a la memoria de la fotografía, como archivo.

El enigma del espejo, ese tema tan persistente en el imaginario colectivo, no parece estar en la cuestión del reflejo, sino en la del re-conocimiento de uno mismo. El problema de Narciso es que no se reconoce, no se ve. Sufre de una especie de ceguera.

Pero, frente al espejo ¿quién mira a quién? Foucault habla del espejo como heterotopía: lugar donde estamos y no estamos al mismo tiempo. Lugar que está y no está. Lugar donde somos y no somos. La imagen puede reproducirse al infinito y mantenerse incognoscible.

Con Salón de los espejos Carmen Inés Bencosme vuelve a ese tema arcaico de la fotografía, que es la mirada y que encuentra en el espejo su metáfora perfecta. Las composiciones de Bencosme son descentradas y confusas. Las escenas pierden sus límites y se encabalgan. La superficie adquiere expresividad a expensas de la figura. En consecuencia, un factor relevante en la producción de estas obras es la búsqueda de la técnica de impresión y los soportes óptimos para un mayor aprovechamiento estético de ese énfasis en la superficie.

Estas fotografías de Carmen Inés Bencosme insisten en tres efectos formales: la deformación de las figuras, la torsión del espacio y la diversidad de ángulos. Desde 2015 ella ha venido investigando opciones de autorrepresentación, ligadas a la lógica del montaje: yuxtaposición de planos y simultaneidad de situaciones temporales, en un contexto privado. Esa intimidad del acto fotográfico viene asociada a la elección de dispositivos móviles, que dan mayor flexibilidad a la relación entre la cámara y el cuerpo, en espacios mínimos, transmitiendo una ilusión de cercanía.

Ilusión y movilidad son las condiciones de la anamorfosis que describe Severo Sarduy: desplazamiento obligado del sujeto que mira para descubrir una forma debajo de la otra, o una figura que está transformándose en estilo, o un espacio que no encaja en el orden de la perspectiva lineal. De la superficie reflejante al sentido refractario y oblicuo, el espejo, fetiche de una sensibilidad barroca, deviene un dispositivo de simulación.

André Kertez, Duane Michals y Bill Brandt, cada uno con su propia obsesión, llevaron esos manierismos al campo de la fotografía. Carmen Inés Bencosme también parece obsesionada. Su leit motiv es el ojo, como órgano y como símbolo. El ojo que mira y es mirado, el ojo que lee y que es leído; el ojo que interpreta y que pretende ver más allá, a través del reflejo de sí mismo.

Al espejo le falta lo que define a la fotografía: la fijeza y la ilusión de exterioridad respecto a la imagen, que nos lleva a pensar la imagen como contenido de la mirada. Cierto que cuando lo fotografiado es un espejo esa situación de exterioridad no es total. Algo se queda siempre del otro lado del espejo. Ese es un ámbito del que no se puede regresar intacto.

Decía Borges que bastan dos espejos opuestos para construir un laberinto. Podría añadirse que basta una cámara para salir del mismo.

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Juan Antonio Molina Cuesta
Santo Domingo, 2016